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16 abril, 2013

Rito




De alguna forma debe ponerle fin.

Este aparato de existencia incontrolada lo asfixia, no puede ver entre tantas dudas y sus personalidades juegan al laberinto, perdiéndolo y encontrándolo al segundo siguiente.

Ni siquiera puede jactarse de sentir dolor, porque las emociones se han alienado hace tiempo ya.

De alguna manera debe ponerle fin a este tormento.

Mira a su alrededor, bebe un sorbo mas de vino, se lamenta. Va a extrañar este lugar tan suyo, en verdad va a extrañar esas paredes, esos cuadros.

Deja la copa en la entrada, se descalza y entra casi sin respirar. Traza el círculo de sal a su alrededor como lo hiciera aquella vez, tantas vidas atrás. Lleva la misma túnica, tantos siglos después, las mismas marcas, las mismas dudas.

El cuchillo reluce frente a el, las velas comienzan a consumirse, y entre miedos y excusas intenta darse coraje, al menos una vez mas.

Se postra frente al fuego, arroja una bolsa a su interior y el humo se vuelve amargo y espeso. Sus ojos lloran y su pecho comienza a cerrarse, pero se pone de pie obligándose a respirar, sabe que es la única manera de hacer que todo termine.

Se seca las lagrimas, no puede distinguir si se deben al humo o a la despedida anticipada de su alma. Toma el cuchillo entre sus manos. Respira profundo y le pide a la Diosa que lo guíe por ese camino nuevamente, que no le falle la voz, que no lo deje caer ante el miedo.

Abre los ojos y de cara al cielo pronuncia las palabras correspondientes, su voz resuena a su alrededor, y esa puerta que no debería ser abierta comienza a ceder lentamente.

Invoca, invita, evoca y el fuego se vuelve rojo, como si algo lo alimentara ciegamente.

Deja caer su túnica y su desnudez se distingue como un pálido brillo en la oscura noche. Se arrodilla nuevamente y sin dudarlo cruza el filo del cuchillo por su palma derecha, el dolor parece imaginario, mientras la sangre comienza a cubrir la hoja. Debe pagar su entrada... la magia, y sobre todo una tan oscura, tiene su precio.

"Sangre para aquella que da vida" y el cuchillo se clava en la tierra. "Sangre para aquel que transforma" y la herida de su mano comienza a derramarse sobre el fuego.

Sale por un instante del trance... el aroma de la sangre entre las brasas le recuerda aquella historia. Seca nuevamente sus lagrimas y quita el cuchillo del suelo.

Una última mirada al cielo, algunas imágenes se cuelan ante sus ojos... Recuerdos, vanos recuerdos, nada a lo que aferrarse, ya casi termina.

Respira profundo, pronuncia con exactitud la última frase y el tiempo se detiene. Un rápido movimiento y la afilada hoja del cuchillo se pierde entre su vientre, un leve giro de sus manos y su cuerpo cae rendido por el dolor.

Comienza a sentir el frío en su cuerpo contrastando con la sangre que fluye de la herida como agua por un canal, las hiervas en el vino han dado resultado.

Una extraña paz lo envuelve, ya no puede moverse y la noche comienza a clarear... "es la hora justa madre, gracias por acompañarme hasta aquí".

Conforme sus ojos se cierran la vela blanca frente a el comienza a extinguirse... Crujen las pocas brasas del  fuego que también comienza a despedirse.

Poco después sale el sol, y sobre el páramo, tan solo queda un círculo difuso de sal, algunas cenizas y una túnica roída por el tiempo. Está hecho... está hecho.


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